Don Gregorio Hombre devoto a san Agustín, fue un religioso que adquirió fama entre los pamploneses por su talento con la aguja y el hilo. Confecciono numerosas piezas para el clero del pueblo, fue estimado y respetado.

Gregorio tenía un hijo, llamado Ignacio. Un dulce, leal y atento niño de 9 años que tenía una curiosa fascinación por los payasos, particularmente por los arlequines a quienes consideraba intensamente divertidos.

En el año 1973 su hijo Ignacio, a causa de una inexplicable condición física, enferma de gravedad. Como cualquier padre Don Gregorio lo lleva al hospital donde le realizan reiterados exámenes con diagnósticos reciamente confusos. Los doctores no tienen entonces los esclarecimientos de su aguda enfermedad y condicionan al sufrido padre a la duda, la angustia y la incertidumbre.

Desesperado Don Gregorio acude una madrugada a la casa cural, en medio de una torrencial lluvia; clama, llora, y le ruega al padre Marcos por su hijo.

-Este le responde –

Hijo mío, Oraremos, y rogaremos a Dios por el alma de Ignacio, en medio de esta tempestad, aferrarse a Dios y a su misericordioso manto es lo único que nos queda.

Desconsolado Don Gregorio regresa a su casa a cuidar el resto de la noche a su hijo. Enciende una vela y empieza a rezar.

Con el pasar de algunos días, El costurero no se hacia presente en la Iglesia, por lo que El padre en medio de su preocupación envió a Sor Cecilia a visitarle y ver que todo estuviese bien.

Al anochecer la hermana llega a su casa y toca la puerta sin conseguir respuesta, pero a unos segundos de haber desistido y habiendo recorrido unos centímetros, el costurero entre abre y le pregunta que necesita; Con una cálida sonrisa y una dulce voz

- le dice-

Don Gregorio se que son tiempos muy duros para usted, por eso vengo aquí a consolarle, a decirle que no está solo, y que dios esta con usted y con su hijo.

Al decirle esto, toma su mano y le entrega un rosario, le bendice y le pregunta si puede pasar.

A esto el costurero

-responde-

Queríamos ser los buenos, pero no lo somos, ni llegaremos a serlo por eso el entendimiento del diablo y la sentencia de Dios serán siempre nuestra condena.

Dichas estas palabras cierra abruptamente la puerta.

Atemorizada, espantada y desconcertada Sor Cecilia decide irse para contarle al padre lo que acababa de suceder, pero al final del sombrío callejón contraria su miedo para afrontar e indagar su presentimiento. Entonces posándose suavemente junto a la puerta principal, consigue escuchar extrañas voces provenientes de adentro de la casa, lo cual fue para ella inusual, ya que Don Gregorio vivió siempre solo con su hijo. Aun mas extraño era reconocer levemente algunas palabras en latín; Y siguiendo su temida intuición y atrapada por la inquietante curiosidad, decide mirar por la ventana.

Dos días después la Madre Superiora visita personalmente al Padre Marcos, para preguntarle por el paradero de Sor Cecilia. Anonadado el padre le informa sobre la ultima vez que la vio y llevado por la angustia rápidamente llega a casa de Don Gregorio, pero nadie atiende a la puerta. Decide entonces acudir a la policía, que eventualmente consigue llegar al domicilio. Ante las circunstancias de la evidente desaparición de la hermana, resuelven tomar medidas más drásticas e irrumpir en el hogar del costurero, para encontrarse con la que seria, la mas perturbadora de las escenas que jamás atestiguarían.

Una tabla de madera vieja con letras escritas en tinta negra, unas estremecedoras velas quemadas que alumbraban un altar decorado con profanaciones y sacrílegas piezas del clero, una enorme estrella roja dibujada en una de las paredes con lo que parecería sangre, un fuerte e insoportable olor a descomposición que emanaba de cada rincón de la casa y unas extrañas cabezas de serpiente junto al corredor. Fue lo que encontraron al observar el interior de la casa.

El paradero de Don Gregorio, Sor Cecilia e Ignacio fue un total misterio desde entonces. Los rumores se esparcieron como peste por todo el pueblo, secuestros, escapes furtivos, romances y hasta asesinatos fueron los comentarios que deambulaban de boca en boca entre los Pamploneses.

Semanas después llega al padre una caja negra con una tarjeta que decía –

Cuida tus acciones en la tierra.

Cuando la abre halla una estola purpura con dos cruces de copta, bordadas en hilo dorado en cada extremo. Agradado por el detalle el padre entra gustoso a su hogar para escribir una carta de agradecimiento a los feligreses a quienes atribuía este noble gesto.

No sin antes entusiasmado por el inesperado presente procede a lucirla frente a un espejo. Pero pronto se apodera de la  habitación una turbia sensación inquietante y un pestífero frio que invade  su cuerpo, y de una manera perturbadoramente repentina nota que al lado izquierdo de su cama alguien se posa viéndolo a la distancia; Entonces su garganta empieza a contraerse y su respiración a acortarse de manera súbita,  su lengua se empieza a hinchar, su rostro propaga un oscuro color purpura y mientras  de sus ojos se desprenden dolorosas lágrimas de sangre  cae de rodillas al suelo y escucha al hombre que lo mirase desde aquella esquina reír mientras le dice.

DIOS NO ME AYUDO PADRE,  SATANAS  LO HIZO